“Señorita México” [Fragmento], Enrique Serna

 

Supongo que usted quiere que empecemos desde el principio ¿verdad? ¿Le hablo de cuando era niña? O si quiere comienzo más adelante, con lo del concurso y esas cosas que le pueden interesar más al público, ¿no cree? Ándele, cómo será, deme por lo menos una ayudadita. Yo me sé expresar, pero no crea que soy tan parlanchina. Iris, mi amiga, una muchacha que vive conmigo, ella sí le podría llenar hasta veinte casets. Le da por platicar desde la tina. Yo nomás la oigo mientras me pongo la piyama y ella dice cosas hasta que sale del baño y me encuentra dormida. No vaya a apretar el botón todavía, no quiero que se graben estas babosadas, siquiera déjeme poner en orden las ideas. ¿Seguro que no quiere un cafecito? Pídalo ahora o calle para siempre, porque si me encarrero con los recuerdos luego no voy a parar. Es bueno, me lo trae de Córdoba una vecina de aquí junto que cada semana va a ver a sus hijos a la cárcel de allá. Canijos muchachos, con tan buena madre y se fueron a meter en un lío de drogas. Ella me recuerda mucho a mi mamá, fíjese. No de físico, porque no es que yo quiera presumir, pero mi mamá, con todo y que ya pasa de los sesenta, sigue siendo una señora guapa, distinguida. Me la recuerda por su carácter… Ora sí apachúrrele, que ya me siento inspirada, como dicen los artistas. 

Pues yo me crié en un hogar de clase media ¿sabe? No le voy a decir que fui una consentida ni mucho menos, porque a mi papá no le faltaba el dinero, pero tampoco lo tenía de sobra como para cumplirnos cualquier caprichito. Quién sabe, de haber sido hija única a los mejor sí me hubiera vuelto una niña mimada, insoportable, pero gracias a Dios tenía a mi hermana mayor, a la que sigo queriendo mucho, aunque ya no nos vemos. Desde chiquitas nos enseñaron que debíamos abrirnos paso en la vida por nosotras mismas, que nada nos iba a caer del cielo. Yo tengo una deuda, se lo juro, una enorme deuda con mis padres; a ellos les debo todo lo que tengo porque me dieron una cosa muy importante que es la educación. A ellos y a mi tío Casimiro, el futbolista. Era del Atlante, no sé si usted haya llegado a verlo jugar. Ya sabe cómo son los niños que cuando se pelean les da por meter en sus pleitos a los mayores, ¿no? Pues yo, cuando quería dejar callada a mi vecina Hilda, que era una niña insoportable y envidiosa, le echaba a Supermán o a mi tío Casimiro para que le pusiera en la torre a su papá, a su padrino y a su hermano grande. En esa foto me está cargando, mire. Guapo, ¿verdad? No me avisaron cuando se murió. Lo quería tanto que mis papás tuvieron miedo de que me fuera a enfermar de tristeza. En la niñez, muchos años suena como toda la eternidad; haga de cuenta que lo di por muerto. Hace poco lo mencionaron en un programa de radio. El locutor hablaba de las grandes figuras del Atlante y en eso dice: nunca olvidaremos a jugadores de la talla de un Casimiro Sepúlveda, que en paz descanse. Agarré una borrachera de puritita nostalgia… Por si le interesa, estudié en la escuela Mártires de Tacubaya, que era de gobierno, pero de las mejores.

Mi primo Arturo Dávalos, que ahora por cierto tiene un puestazo en la Conasupo, iba en la misma escuela, tres años arriba de mí. Arturo vivía en mi casa pero no era de la capital. Lo habían mandado a estudiar de Torreón, para que hiciera su porvenir aquí. Su familia, los Dávalos, que es mi segundo apellido, ésa sí era pudiente, hacendados con mucho dinero hasta que se desbordó la presa de La Laguna y les echó a perder sus cosechas. En la escuela Arturo era el protector de los niños chiquitos. Se peleaba con todos los abusones y les sacaba sangre de la nariz. Ya ni le digo cuando me pegaban a mí, porque entonces ni averiguaba, se ponía parejos a todos y los hacía chillar hasta que delataban al culpable. Nos distanciamos desde mi entrada al concurso porque Arturo seguía siendo provinciano y chapado a la antigua y no estuvo de acuerdo en que yo anduviera saliendo retratada en traje de baño. Me celaba como si fuera mi hermano. Sólo me dejaban ir al cine si Arturo me acompañaba y los pobres de mis novios tenían que pagar el boleto del chaperón. Yo era muy cinera de niña. Lo sigo siendo, pero con tanto compromiso y otras veces que salgo a palenquear… Sí, sí, claro que hago palenque, pero no se crea que mi número es tan atrevido como del Faraón ¿eh? Salgo más discreta, porque con esos rancheros nunca se sabe lo que puede pasar, con decirle que a una compañera la estaban violando porque se le descosió el vestido a media canción. Y eso que era folclórica, no vedet como yo. Pero bueno, le hablaba de Arturo. Cuando se le ocurría acompañarme a las fiestecitas que daban en la colonia, nadie se me acercaba. Mis amigas toda la noche divirtiéndose y yo con mi guarura viéndolas baile y baile mambos, ya ve que entonces estaba de moda Pérez Prado. Eran fiestas inocentes pero muy animadas, en serio.

Yo no sé por qué diablos la juventud ya no puede divertirse sanamente; por favor, eso sí sáquelo en su revista, le digo, no comprendo a esos muchachos que necesitan la droga para estar alegres. Qué falta de imaginación, caramba… No, se lo aseguro, ni cuando llegó el rock se veía un solo carrujo de marihuana en nuestros bailes, es más, ni sabíamos qué cosa era la maldita yerba. Es cierto que algunos muchachos se ponían hasta el gorro, no lo voy a negar, pero era del ron, no de andar fumados. Más tarde me tocó ir a reuniones donde todo el mundo se drogaba. Qué diferencia con nuestras fiestas: los greñudos se sentaban viendo la pared como idiotas, no sé, y de pronto uno se reía y los demás como robots a reírse con él de cualquier estupidez. Con los drogadictos una se siente como en el manicomio. Bueno, pero volviendo a lo de Arturo, menos mal que se casó pronto, porque si no me habría fregado la juventud con tanta vigilancia… No, no sea mal pensado, le digo que me quería como hermano, yo tuve mi primer novio a los catorce, un amigo suyo, a lo mejor por eso no le importó. Era un pelirrojo muy guapo pero muy callado, casi no hablaba, eso era lo malo de él. Se comunicaba como los sordomudos; cuando me apretaba la mano quería decir que se había enojado, cuando me rascaba el brazo era señal de que nos fuéramos a besuquear al zaguán de la vecindad, y yo necesitaba un novio más comunicativo. Nomás me habló, y mucho, cuando lo corté. Que para él lo nuestro era lo más sublime, que adónde iba a ir yo que más me quisieran. Se fue muy ofendido y nunca más lo volví a ver. También le dejé de hablar a mi primo, porque a fuerza quería que me reconciliara con su cuate. ¿Le cuento lo de los otros tres novios o mejor lo dejamos ahí? No vaya a ser que se aburra usted con estas historias para chamaquillos. 

Bueno, sólo importa uno, porque ése fue mi primer amor. Ya sabe que una cosa es enamoriscarse y otra querer en serio. Era un compañero de la secundaria, Everardo Andrade. Más tímido que él, al principio, imposible; con decirle que fuimos al mismo grupo en segundo y en todo el año no me dirigió la palabra. Yo sospechaba que tanta timidez era por algo y estaba en lo cierto. Regresó de vacaciones cambiado, o a lo mejor yo fui la que cambió de un día para otro, quién sabe qué sería… No, qué va, bonita, lo que se dice bonita, yo no fui hasta los dieciséis, pero a lo mejor él ya desde entonces me echó el ojo; mire, hay hombres que ven a una escuincla y se la imaginan desarrollada. Un día a la salida que se me para enfrente y me dice yo a ti te gusto, y pues la verdad me agarró de sorpresa que hubiera pasado tan rápido de la timidez a la desfachatez y desde entonces ya no pude dejar de pensar en él. Yo entiendo muy bien a las niñas que andan locas por esos grupos de muchachitos amariconados, porque igual era yo de necia y de fastidiosa a su edad. pues le decía, me enamore tanto que como ala semana ¡yo fui la que me declare a él! No espere a que me lo dijera dos veces. 

Everardo era uno de los chavos más estudiosos de la Mártires, me acuerdo que ganó el concurso de declamación y pasó a la final con niños de todo el Distrito. Fuimos a verlo al teatro toda la clase. Yo me sentía reteimportante por ser la novia del campeón del colegio. esa vez recitó como nunca, pero le robo el primer lugar una babosa del Instituto Miguel Ángel que salió vestida de pirata para decir esa de viento en popa a toda vela. Everardo recitó La Chacha Micaila tan bien que lloro de la emoción, hubiera sido buen actor de haber seguido la carrera. Él fue mi chambelán en mi fiesta de quince años. Otra costumbre que ya se está perdiendo. Caray, yo creo que el gobierno, en lugar de tirar el dinero en organizar campeonatos de futbol y esas cosas, debería hacer algo para conservar nuestras tradiciones que en verdad son muy nuestras ¿no? Por favor, esto no lo publique, no quiero meterme en problemas con la autoridad. 

En aquel tiempo era un acontecimiento cumplir los quince, de veras entraba una en sociedad. Pobre de mi papá, lo caro que le habrá salido comprar trago y comida para tanta gente. Orquesta no hubo porque ya dije, no había para lujos en la casa de usted. Dos semanas antes de la fiesta estuvimos ensayando el vals con unos bailarines amigos de la portera, buenas gentes aunque eso sí de a tiro se les caía la mano. A mí me daba coraje cuando agarraban a Everardo de la cintura para enseñarle cómo debía tomarme a mí a la hora de los giros. ¿Quién iba a pensar que con los años acabaría llevándome tan bien con los gueys? Tengo dos amigos, Paco y Raúl, dos muchachos del balé del Faraón que me vienen a visitar seguido o me invitan a su departamento. Ya cuando uno los trata se da cuenta de que son magníficas personas ¿no? Son marido y mujer, bueno, creo que Paco la hace de hombre, pero ¿para qué vamos a entrar en detalles? Eso sí no lo publique porque me matan, a ellos no les gusta estar en boca de la gente. 

Pues aquellos bailarines me pusieron la rutina del cisne que despierta entre hielo seco, usted la debe conocer, quién no la conoce ¿verdad? Ay, las cosas que una hace de joven. Yo para calmar los nervios me había tomado una cubita antes del vals, cosa que nunca de los nuncas me perdonaré. El caso es que tardé más de la cuenta en despertar y Everardo se quedó parado junto a mí sin saber qué hacer y la música sonando. Como yo seguía en el suelo tuvieron que quitar el disco y mi chambelán se subió de nuevo las escaleras porque de allí se bajaba como príncipe azul ¿no? Y en eso, qué bárbara, que me paro sin música y me tienen que poner el vals de emergencia. Águeda mi hermana me hacía señas, y yo estaba tan confundida que le echaba culpas al tocadiscos, tuve ganas de que me tragara la tierra o de perdida irme por la coladera del patio. Por suerte, como los invitados andaban medio cuetes ni cuenta se dieron, así que por fin me salió el cisne y luego bailé con todos los muchachos y los señores, hasta con mi papá, que se movía como oso de feria. Qué iba a saber él de danubios azules si toda la vida se la pasó trabajando. 

Esa noche estaba bien contento, alegre con alegría de la buena, porque también se alegraba borracho, pero de mala manera. No se crea que era un irresponsable ni tampoco el clásico mexicano que cobra su quincena y ese mismo día se la bebe toda en un antro. Le gustaba el trago como nos puede gustar a usted y a mí, que no nos hacemos del rogar cuando nos ofrecen una copita pero sabemos controlarnos ¿no? Mire, sobre esto del alcohol yo creo que uno es alcohólico cuando de a tiro no puede ir a trabajar por culpa del cochino vicio, pero si uno se domina qué más da ponerse una papalina de vez en cuando, y a propósito ¿no se le antoja un güisquito? Aquí tengo un Yoni Guólquer, déjeme ver dónde lo dejé, caray, esta Iris todo lo revuelve ¿dónde habrá puesto la botella? Discúlpeme tantito, pero es que con este desorden… Nos viene a hacer el aseo una señora dos veces por semana, pero no ha venido desde hace un mes porque se fue a su pueblo a cuidar a una de sus chamacas que le abortó, ya ve cómo son las indias que no se cuidan… Sólo que mi amiguita lo haya metido en la alacena… No, tampoco, se me hace que le voy a quedar mal, ¡ah! Si yo misma la metí en el refri la semana pasada, qué bruta, cómo se me ocurre poner a enfriar los licores. Déjeme sacarle unos yelitos para que no se lo tome solo… No, gracias, yo no, a mí no me gusta el güisqui, yo soy de puro vermú, es la única bebida que no me hace daño. ¿En qué nos habíamos quedado? Mmm, sí, le contaba de mi papá que se puso a bailar conmigo. 

Todo iba bien aquella noche pero el idiota de Everardo se puso hasta las manitas ¿usted cree? Era un mocoso y ya quería beber como los señores. Me hizo algo que nunca le perdoné. Ya la fiesta estaba terminando, nada más quedábamos mi primo Arturo, unos vecinos y los amigos de mi papá que andaban discutiendo de política en los fregaderos. En el patio habíamos dos parejas bailando Cerezo rosa. Everardo se me recargaba en el hombro muy romántico y yo lógicamente en las nubes, imagínese, con mi novio guapísimo, tan abrazados y en mi fiesta de quince años, cuando de pronto sentí un líquido caliente que me corría por la espalda, que me pasaba por dentro del vestido y me llegaba hasta la cintura y que toco y era una vomitada y todo mi vestido blanco lleno de esa melaza negra con pedazos de sándwich. Me dio un asco espantoso, lo empujé y subí corriendo las escaleras. Everardo no pudo ni pedirme perdón, dicen que se fue dando tumbos por la acera como teporocho, y yo desde mi cuarto escuchando la discusión de papá que si los rusos nos querían invadir y que México seguía después de Cuba porque en esa época estaba de moda Fidel Castro, y yo no podía dormir por los gritos que daba y por lo triste que me sentía de tener un novio alcohólico, pero en eso se abrió la puerta y… Bueno, yo no sé para qué le cuento esto si usted vino a preguntar lo del concurso ¿no?

 

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