Las mascotas de Remedios Tzab Can. Ana Patricia Martínez Huchim
Para Carlos Augusto Evia Cervantes
Desde muy pequeña Remedios Tzab Can tuvo afición por toda clase de culebras. Sus juegos de infancia consistieron en atrapar serpientes: las atarantaba dándoles vueltas y las enrollaba luego en las manos y brazos, o se las colgaba en el cuello.
–¡Mira mamá! –enseñaba orgullosa a su madre.
–¡Chiquita, aquiétate! Deja en paz a esos bichos, un día te van a pegar un susto –regañaba la señora.
Siendo aún niña, Remedios atrapó una cría de boa, le puso por nombre kiika y fue su confidente y mejor amiga. Al principio dormía con ella en la hamaca, pero cuando el animal se agigantó, comenzó a enroscarse en el balo de la casa para dormir largas siestas, aunque a veces se amontonaba en una hamaca, regalo de su dueña, la primera que había urdido.
De tanto jugar reptiles, Remedios vio qué hierbas comían las culebras y las víboras, y así aprendió a curar su mordedura.
–Ellas me mostraron las hierbas que curan –asentaba.
También llegó a establecer una clasificación sui generis para las serpientes:
La úulum kaan es la variedad de culebra que tiene pintas en la espalda, color de pavo jabadito; no es venenosa y se alimenta de ratones.
La xtáab ch’óoyil es una larga víbora que se enrolla entre la soga del pozo, quedando camuflada con ésta. Es larga y delgada.
La ya’ax kaan o bejuquillo es la serpiente de color verde claro; esta culebra es mal agüero cuando aparece.
La kaba’ es la víbora que se alimenta de otras culebras y crece enorme como una boa.
La jok miis es una culebra semivenenosa; cuando muerde no tumba inmediatamente. Tiene la costumbre de perseguir mereches y copular con ellas. Las crías de tal cruza brotan con la cabeza amarillenta de lagartija y se arrastran como culebritas.
Remedios aprendió a conocer muy bien las hierbas que servían para curar la mordida de víbora: “El monte te ataca y él mismo te da la cura”, aseguraba.
Conocía la variedad de plantas que curaban la mordedura de las distintas serpientes. Hacía preparados diferentes para cada caso; había mezclas fuertes que incluían hasta nueve tipos de hierbas. –Para las víboras más peligrosas como la wóol póoch’, la cascabel y la cuatro narices, la hierba xkaambal jaw, aunque amarga, es la contrayerba más eficaz –puntualizaba.
Cada tarde, a la hora del crepúsculo, doña Remedios se sienta sobre una piedra en la puerta de su casa y acaricia a sus culebras. Causa admiración en los niños y celo en las madres de aquéllos.
–Doña Reme sabe curar mordida de víbora –musitan todos con respeto y cierto temor.
–Mis “hijitas” –dice la vieja mientras saca del canasto, del leek y de un sabucán de henequén varias culebras.
Los niños se le acercan curiosos para ver los reptiles y para oír sus historias. La señora entonces les cuenta interminables relatos de serpientes fabulosas.
–Niños, al entrar a cuevas y cenotes, cuídense de no despertar a la tsuuk kaan. Es una culebra gigantesca que de tan vieja le ha salido crin como caballo, y tiene largas alas. De vez en cuando sale a pasear: muchos la han visto.
–Doña Reme –preguntó uno de los niños–, ¿por qué no tiene en casa una tsuuk kaan?
–¡Sí! –exclamaron los demás niños–, nosotros le ayudaríamos a cuidarla.
–¡Y podríamos pasear montados sobre ella! –opinó otro niño.
–La tengo en mis cuentos y ahí está a salvo de que le hagan daño.
Ustedes también, pónganla en su memoria para que no muera.
A veces los chicos no entendían mucho qué quería decir doña Remedios, pero les encantaba oír todo lo que contaba. Lo mismo sabía de hierbas medicinales y en especial hablaba de una. Cuando se refería a dicha hierba, se le humedecían los ojos y más de una vez se quedó sin voz, se ponía pensativa, recogía sus bichos y éstos y ella se guardaban en el jacal.
–La hierba xkaambal jaw sirve para curar mordida de serpiente – solía decir–; es la contra del veneno de víboras y es un tipo de contrayerba. Pero contrayerba es mucho más que una planta medicinal: es el remedio para salvar de cualquier ponzoña y tóxico. Es la protección para conservar y continuar lo nuestro. Es nuestra fuente y reserva de conocimientos propios para ustedes, niños.
–Doña Reme, cuando sea grande haré una vacuna que se llamará contrayerba –exclamó un día la niña Esperanza, al ver a la vieja tan apesadumbrada.
–Lo sé, hija, lo sé; sin embargo tú transitarás nuevos caminos y nuevos conocimientos, donde tendrás la alternativa de prolongar o no nuestros saberes. Tendrás que probar el veneno de diversas alimañas: propias y ajenas. Si sobrevives, tendrás defensas para andar un camino único, el tuyo.
–¿Qué debo hacer para sobrevivir? Doña Remedios le extendió uno de los reptiles:
–Conócelos, convive con ellos y te darán la contra.
Esperanza alargó la mano para tocar al reptil, pero ¡ay!, la retiró inmediatamente al sentir su frialdad.
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