El hombre que nunca quería compartir lo que comía. Tradición oral del pueblo Teenek


Había una vez un hombre muy egoísta. Además de ser un hombre de malas costumbres, era muy pobre.  Y por ser tan egoísta, nunca se quiso casar, para no mantener una esposa y menos a los hijos.

Cuentan que, cuando participaba en algún trabajo junto con sus compañeros, siempre se apartaba para comer su almuerzo solo, para que nadie comiera lo que él llevaba.

Fue tanta su ruindad, que un día dijo: para que nadie me moleste cuando yo como, me iré a comer en aquel monte, donde nadie entra, y a ver si me vuelven a molestar.

Entonces se mandó hacer un enorme “bolim” lleno de carne de pollo; cuando se coció, lo llevó a medio monte y dijo, a ver si aquí sí me dejan tranquilo, porque aquí nadie se mete. Me sentaré debajo de este gran árbol.

El hombre comenzó a quitarle las hojas que envolvían aquel humeante “bolim” de pollo, y dijo el hombre, ahora sí me voy a hartar de comer y a nadie le voy a convidar.

En eso, estaba pensando cuando oyó algo que venía de entre la espesura del monte, como que alguien venía justo donde él estaba, sentado frente a su comida.

Escuchaba que cada vez estaba más cerca aquella persona, oía que se acercaba más y más... hasta que él se puso de pie y le dijo, ¿quién eres tú que hasta aquí me has seguido? Yo no estoy dispuesto a invitarte a comer, ¿dime quién eres?

Aquel Hombre venía bien vestido, con sombrero nuevo, botas nuevas y fumaba su cigarrillo. Escuchó la pregunta y dijo, mire, amigo, yo soy el diablo y quiero que me invites a comer.

Ah, con que eres el Diablo… pues será lo que seas, pero no te invito nada; además, si tú eres el diablo, te voy a decir una cosa, tú eres injusto, porque a algunos les das mucho dinero, mientras que yo, estoy bien pobre, así que váyase por donde vino, le dijo.

Al escuchar esto, el diablo se fue, y al poco rato dijo el hombre, por lo visto, ni aquí me dejan en paz, voy a levantar el “bolim” y me iré más lejos.

Comenzó a meterse más adentro de aquel monte, hasta que llegó a un lugar donde  ni él podía avanzar caminando,  y dijo, aquí mero me siento a comer, aquí nadie me vendrá a seguir.

Sacó su Bolim y se puso a quitar las hojas de plátano con que estaba envuelto y se dispuso a degustar su alimento. En eso estaba cuando oyó un ruido muy fino que hacía tiiin, tiiiin, allá muy lejos, y pensó, qué será eso, y otra vez, tiin, tiin, cada vez más cerca.

Y luego, tiiin… Cerquita de él se paró y le dijo, ¿quién eres?, ¿qué no me vas a dejar comer solo?

Aquella persona se le acercó y le dijo, no te preocupes en darme de comer, yo soy tu amiga, yo soy la muerte.

Entonces, dijo el hombre: ¡cómo que no te voy a invitar, es más, te voy a dejar todo ese “bolim” para ti solita, porque tú sí eres pareja con todos, porque, cuando tú así lo dispones, te llevas parejo a ricos y pobres, hombres y mujeres, niños y ancianos, para ti no hay preferencias! Tú sí eres justa.

La muerte le dijo: a partir de hoy serás mi aliado, porque a ti de voy a regalar un don, y ya no serás pobre ni te faltará nada, de aquí en adelante tú te encargarás de sanar a todos los enfermos. Cuando te inviten a curar a alguien, yo ahí estaré, si me ofrendas, como ahora, tu enfermo sanará y, si no, no lo podrás aliviar y tu enfermo se irá conmigo.

A partir de entonces, aquel hombre se dedicó a sanar enfermos y siempre dispuso su ofrenda a la muerte.

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