"Cartas de relación" [La matanza de Cholula], Hernán Cortés
De Hernán Cortés al Emperador Carlos V
30 de octubre de 1520
Estando, muy católico señor, en aquel real que tenía en el campo cuando en la guerra de esta provincia estaba, vinieron a mi seis señores muy principales vasallos de Mutezuma, con hasta doscientos hombres para su servicio y me dijeron que venían de parte del dicho Mutezuma a decirme cómo él quería ser vasallo de vuestra alteza y mi amigo y que viese yo qué era lo que quería que él diese por vuestra alteza en cada año de tributo, así de oro como de plata, piedras, esclavos, ropa de algodón y otras cosas de las que él tenía y que todo lo daría con tanto que yo no fuese a su tierra y que lo hacía porque era muy estéril y falta de todos mantenimientos y que le pesaría de que yo padeciese necesidad y los que conmigo venían y con ellos me envió hasta mil pesos de oro y otras tantas piezas de ropa de algodón de la que ellos visten. Y estuvieron conmigo en mucha parte de la guerra hasta el fin de ella, que vieron bien lo que los españoles podían y las paces que con los de esta provincia se hicieron y el ofrecimiento que al servicio de vuestra sacra majestad los señores y toda la tierra hicieron, de que según pareció y ellos mostraban, no hubieron mucho placer, porque trabajaron muchas vías y formas de revolverme con ellos, diciendo cómo no era cierto lo que me decían, ni verdadera la amistad que afirmaban y que lo hacían por mi asegurar para hacer a su salvo alguna traición. Los de esta provincia, por consiguiente, me decían y avisaban muchas veces que no me fiase de aquellos vasallos de Motezuma porque eran traidores y sus cosas siempre las hacían a traición y con mañas y con éstas habían sojuzgado toda la tierra y que me avisaban de ello como verdaderos amigos y como personas que los conocían de mucho tiempo acá. Vista la discordia y disconformidad de los unos y de los otros, no hube poco placer, porque me pareció hacer mucho a mi propósito y que podría tener manera de más aína sojuzgarlos y que me dijese aquel común decir de monte, etc. y aún me acordé de una autoridad evangélica que dice: Omne regnum in se ipsum divisum desolabitur [Todo reino dividido contra sí mismo será devastado], y con los unos y con los otros maneaba y a cada uno en secreto le agradecía el aviso que me daba y le daba crédito de más amistad que al otro.
Después de haber estado en esta ciudad veinte días y más, me dijeron aquellos señores mensajeros de Mutezuma que siempre estuvieron conmigo, que me fuese a una ciudad que está a seis leguas de esta de Tascaltecal, que se dice Churultecal, porque los naturales de ella eran amigos de Mutezuma su señor y que allí sabríamos la voluntad del dicho Mutezuma, si era que yo fuese a su tierra y que algunos de ellos irían a hablar con él y a decirle lo que yo les había dicho. Y me volverían con la respuesta y aunque sabían que allí estaban algunos mensajeros suyos para hablarme, yo les dije que me iría y que partiría para un día cierto que les señalase. Y sabido por los de esta provincia de Tlascaltecal lo que aquéllos habían concertado conmigo y cómo yo había aceptado de irme con ellos a aquella ciudad, vinieron a mí con mucha pena los señores y me dijeron que en ninguna manera fuese porque me tenían ordenada cierta traición para matarme en aquella ciudad a mí y a los de mi compañía y que para ello había enviado Mutezuma de su tierra, porque alguna parte de ella confina con esta ciudad, cincuenta mil hombres y que los tenía en guarnición a dos leguas de la dicha ciudad, según señalaron y que tenían cerrado el camino real por donde solían ir y hecho otro nuevo de muchos hoyos y palos agudos hincados y encubiertos para que los caballos cayesen y se mancasen y que tenía muchas de las calles tapiadas y por las azoteas de las casas muchas piedras para que después que entrásemos en la ciudad tomarnos seguramente y aprovecharse de nosotros a su voluntad y que si yo quería ver cómo era verdad lo que ellos me decían, que mirase cómo los señores de aquella ciudad nunca habían venido a verme ni hablar estando tan cerca de ésta, pues habían venido los de Guasincango, que estaban más lejos que ellos y que los enviase a llamar y vería cómo no querían venir. Yo les agradecí su aviso y les rogué que me diesen ellos personas que de mi parte los fuesen a llamar y así me los dieron y yo les envié a rogar que viniesen a verme porque les quería hablar ciertas cosas de Parte de vuestra alteza y decirles la causa de mi venida a esta tierra.
Los cuales mensajeros fueron y dijeron mi mensaje a los señores de la dicha ciudad y con ellos vinieron dos o tres personas, no de mucha autoridad y me dijeron que ellos venían de parte de aquellos señores porque ellos no podían venir por estar enfermos, que a ellos les dijese lo que quería. Los de esta ciudad me dijeron que era burla y que aquellos mensajeros eran hombres de poca calidad y que en ninguna manera me partiese sin que los señores de la ciudad viniesen aquí. Yo les hablé a aquellos mensajeros y les dije que embajada de tan alto príncipe como vuestra sacra majestad, que no se debía de dar a tales personas como ellos y que aun sus señores eran poco para oírla; por tanto, que dentro de tres días pareciesen ante mí a dar la obediencia a vuestra alteza y a ofrecerse por sus vasallos, con apercibimiento que pasado el término que les daba, si no viniesen, iría sobre ellos y los destruiría y procedería contra ellos como contra personas rebeldes y que no se querían someter debajo del dominio de vuestra alteza. Y para ello les envié un mandamiento firmado de mi nombre y de un escribano con relación larga de la real persona de vuestra sacra majestad y de mi venida, diciéndoles cómo todas estas partes y otras muy mayotes tierras y señoríos eran de vuestra alteza y que los que quisiesen ser sus vasallos serían honrados y favorecidos y por el contrario, los que fuesen rebeldes, serían castigados conforme a justicia.
Y otro día vinieron algunos de los señores de la dicha ciudad o casi todos y me dijeron que si ellos no habían venido antes, la causa era porque los de esta provincia eran sus enemigos y que no osaban entrar por su tierra porque no pensaban venir seguros y que bien creían que me habían dicho algunas cosas de ellos; que no les diese crédito porque las decían como enemigos y no porque pasara así y que me fuese a su ciudad y que allí conocería ser falsedad lo que éstos me decían y la verdad lo que ellos me certificaban, que desde entonces se daban y ofrecían por vasallos de vuestra sacra majestad y que lo serían para siempre y servían y contribuían en todas las cosas, que de parte de vuestra alteza se les mandase y así lo asentó un escribano, por las lenguas que yo tenía. Y todavía determiné de irme con ellos, así por no mostrar flaqueza, como porque desde allí pensaba hacer mis negocios con Mutezuma, porque confina con su tierra, como ya he dicho y allí usaban venir y los de allí ir allá, porque en el camino no tenían requesta alguna.
Y como los de Tascaltecal vieron mi determinación, pesóles mucho y dijéronme muchas veces que lo erraba. Pero, que pues ellos se habían dado por vasallos de vuestra sacra majestad y mis amigos, que querían ir conmigo a ayudarme en todo lo que se ofreciese. Y puesto que yo se lo defendiese y rogué que no fuesen porque no había necesidad, todavía me siguieron hasta cien mil hombres muy bien aderezados de guerra y llegaron conmigo hasta dos leguas de la ciudad y desde allí por mucha importunidad mía, se volvieron, aunque todavía quedaron en mi compañía hasta cinco o seis mil de ellos. Dormí en un arroyo que allí estaba a las dos leguas, por despedir la gente porque no hiciesen algún escándalo en la ciudad y también porque era ya tarde y no quise entrar en la ciudad sobre tarde. Otro día de mañana salieron de la ciudad a recibirme al camino, con muchas trompetas y atabales y muchas personas de las que ellos tienen por religiosas en sus mezquitas, vestidas de las vestiduras que usan y cantando a su manera como lo hacen en las dichas mezquitas. Y con esta solemnidad nos llevaron hasta entrar en la ciudad y nos metieron en un aposento muy bueno a donde toda la gente de mi compañía se aposentó a mi placer. Allí nos trajeron de comer, aunque no cumplidamente y en el camino topamos muchas señales de las que los naturales de esta provincia nos habían dicho, porque hallamos el camino real cerrado y hecho otro y algunos hoyos, aunque no muchos y algunas calles de la ciudad tapiadas y muchas piedras en todas las azoteas. Con esto nos hicieron estar más sobre aviso y a mayor recaudo.
Allí hallé ciertos mensajeros de Mutezuma que venían a hablar con los que conmigo estaban y a mí no me dijeron cosa alguna más de que venían a saber de aquéllos lo que conmigo habían hecho y concertado, para irlo a decir a su señor y así se fueron después de los haberles hablado ellos y aun el uno de los que antes conmigo estaban, que era el más principal. En tres días que allí estuve, proveyeron muy mal y cada día peor y muy pocas veces me venían a ver ni hablar los señores y personas principales de la ciudad. Y estando algo perplejo en esto, a la lengua que yo tengo, que es una india de esta tierra, que hube en Potonchán, que es el río grande que ya en la primera relación a vuestra majestad hice memoria, le dijo otra natural de esta ciudad cómo muy cerquita de allí estaba mucha gente de Mutezuma junta y que los de la ciudad tenían fuera sus mujeres e hijos y toda su ropa y que había de dar sobre nosotros para matarnos a todos y si ella se quería salvar que se fuese con ella, que ella la guarecería; la cual lo dijo a aquel Jerónimo de Aguilar, lengua que yo hube en Yucatán de que asimismo a vuestra alteza hube escrito y me lo hizo saber. Y yo tuve uno de los naturales de la dicha ciudad que por allí andaba y le aparté secretamente que nadie lo vio y le interrogué y confirmó todo lo que la india y los naturales de Tascaltecal me habían dicho.
Y así por esto como por las señales que para ello veía, acordé de prevenir antes de ser prevenido, e hice llamar a algunos de los señores de la ciudad diciendo que les quería hablar y les metí en una sala y en tanto hice que la gente de los nuestros estuviese apercibida y que en soltando una escopeta diesen en mucha cantidad de indios que había junto al aposento y muchos dentro de él. Así se hizo, que después que tuve los señores dentro de aquella sala, dejélos atando y cabalgué e hice soltar la escopeta y dímosles tal mano, que en pocas horas murieron más de tres mil hombres. Y porque vuestra majestad vea cuán apercibidos estaban, antes que yo saliese de nuestro aposento tenían todas las calles tomadas y toda la gente a punto, aunque como los tomamos de sobresalto fueron buenos de desbaratar, mayormente que les faltaban los caudillos porque los tenía ya presos e hice poner fuego a algunas torres y casas fuertes donde se defendían y nos ofendían y así anduve por la ciudad peleando, dejando a buen recaudo el aposento, que era muy fuerte, bien cinco horas, hasta que eché toda la gente fuera de la ciudad por muchas partes de ella, porque me ayudaban bien cinco mil indios de Tascaltecal y otros cuatrocientos de Cempoal.
Vuelto al aposento, hablé con aquellos señores que tenía presos y les pregunté qué era la causa que me querían matar a traición y me respondieron que ellos no tenían la culpa porque los de Culúa que son los vasallos de Mutezuma, los habían puesto en ello y que el dicho Mutezuma tenía allí en tal parte, que, según después pareció, sería legua y media, cincuenta mil hombres en guarnición para hacerlo, pero que ya conocían cómo habían sido engañados, que soltase uno o dos de ellos y que harían recoger la gente de la ciudad y tornar a ella todas las mujeres, niños y ropa que tenían fuera y que me rogaban que aquel yerro les perdonase, que ellos me certificaban que de allí adelante nadie les engañaría y serían muy ciertos y leales vasallos de vuestra alteza y mis amigos. Después de haberles hablado muchas cosas acerca de su yerro, solté dos de ellos y otro día siguiente estaba toda la ciudad poblada y llena de mujeres y niños muy seguros, como si cosa alguna de lo pasado no hubiera acaecido y luego solté todos los otros señores que tenía presos, con que me prometieron servir a vuestra majestad muy lealmente y en obra de quince o veinte días que allí estuve quedó la ciudad y tierra tan pacífica y tan poblada que parecía que nadie faltaba de ella, en sus mercados y tratos por la ciudad como antes lo solían tener e hice que los de esta ciudad de Churultecal y los de Tascaltecal fuesen amigos, porque lo solían ser antes y muy poco tiempo había que Mutezuma con dádivas los había seducido a su amistad y hechos enemigos de estos otros.
Esta ciudad de Churultecal está asentada en un llano y tiene hasta veinte mil casas dentro, en el cuerpo de la ciudad y tiene de arrabales otras tantas. Es señorío por sí y tiene sus términos conocidos; no obedece a señor ninguno, excepto que se gobiernan como estos otros de Tascaltecal. La gente de esta ciudad es más vestida que los de Tascaltecal, en alguna manera; porque los honrados ciudadanos de ellos todos traen albornoces encima de la otra ropa, aunque son diferenciados de los de áfrica porque tienen maneras; pero en la hechura, tela y los rapacejos son muy semejantes. Todos éstos han sido y son después de este trance pasado, muy ciertos vasallos de vuestra majestad y muy obedientes a lo que yo en su real nombre les he requerido y dicho y creo lo serán de aquí adelante. Esta ciudad es muy fértil de labranzas porque tiene mucha tierra y se riega la más parte de ella y aun es la ciudad más hermosa de fuera que hay en España, porque es muy torreada y llana y certifico a vuestra alteza que yo conté desde una mezquita cuatrocientas treinta tantas torres en la dicha ciudad y todas son de mezquitas. Es la ciudad más a propósito de vivir españoles que yo he visto de los puertos acá, porque tiene algunos baldíos y aguas para criar ganados, lo que no tienen ningunas de cuantas hemos visto, porque es tanta la multitud de la gente que en estas partes mora, que ni un palmo de tierra hay que no esté labrada y aun con todo en muchas partes padecen necesidad por falta de pan y aun hay mucha gente pobre y que piden entre los ricos por las calles y por las casas y mercados, como hacen los pobres en España y en otras partes que hay gente de razón.
A aquellos mensajeros de Mutezuma que conmigo estaban hablé acerca de aquella traición que en aquella ciudad se me quería hacer y cómo los señores de ella afirmaban que por consejo de Mutezuma se había hecho y que no me parecía que era hecho de tan gran señor enviarme sus mensajeros y personas tan honradas como me había enviado a decirme que era mi amigo y por otra parte buscar maneras de ofenderme con mano ajena, para salvarse él de culpa si no le sucediese como él pensaba. Y que pues así era, que él no me guardaba su palabra ni me decía verdad, que yo quería mudar mi propósito; que así como iba hasta entonces a su tierra con voluntad de verle, hablar, tener por amigo y tener con él mucha conversación y paz, que ahora quería entrar por su tierra de guerra, haciéndole todo el daño que pudiese como a enemigo y que me pesaba mucho de ello, porque más le quisiera siempre por amigo y tomar siempre su parecer en las cosas que en esta tierra hubiera de hacer.
Aquellos suyos me respondieron que ellos había muchos días que estaban conmigo y que no sabían nada de aquel concierto más de lo que allí en aquella ciudad después de aquello se ofreció supieron y que no podían creer que por consejo y mandado de Mutezuma se hiciese y que me rogaban que antes que me determinase a perder su amistad y hacerle la guerra que decía, me informase bien de la verdad y que diese licencia a uno de ellos para ir a hablarle, que él volvería muy presto. Hay de esta ciudad a donde Mutezuma residía, veinte leguas. Yo les dije que me placía y dejé ir al uno de ellos y dende a seis días volvió él y otro que primero se había ido y trajéronme diez platos de oro, mil quinientas piezas de ropa, mucha provisión de gallinas, pan y cacao, que es cierto brebaje que ellos beben y me dijeron que a Mutezuma le había pesado mucho de aquel desconcierto que en Churultecal se quería hacer, porque yo no creería ya sino que había sido por su consejo y mandado y que él me hacía cierto que no era así y que la gente que allí estaba en guarnición era verdad que era suya, pero que ellos se habían movido sin habérselo él mandado, por inducimiento de los de Churultecal, porque eran de dos provincias suyas que se llamaban la una Acancingo y la otra Yzcucan, que confina con la tierra de la dicha ciudad de Churultecal y que entre ellos conciertan alianzas de vecindad para ayudarse los unos a los otros Y que de esta manera habían venido allí y no por su mandado; pero que adelante yo vería en sus obras si era verdad lo que él me había enviado a decir o no y que todavía me rogaba que no curase de ir a su tierra porque era estéril y padeceríamos necesidad y que donde quiera que yo estuviese le enviase a pedir lo que yo quisiese y que lo enviaría muy cumplidamente.
Yo le respondí que la ida a su tierra no se podía excusar porque había de enviar de él y de ella relación a vuestra majestad y que yo creía lo que él me enviaba a decir; por tanto, que pues yo no había de dejar de llegar a verle, que él lo hubiese por bien y que no se pusiese en otra cosa porque sería mucho daño suyo y a mí me pesaría de cualquiera que le viniese. Y desde que ya vio que mi determinada voluntad era de verle a él y a su tierra, me envió a decir que fuese en hora buena, que él me hospedaría en aquella gran ciudad donde estaba y envióme muchos de los suyos para que fuesen conmigo porque ya entraba por su tierra, los cuales me querían encaminar por cierto camino donde ellos debían de tener algún concierto para ofendernos, según después pareció, porque lo vieron muchos españoles que yo enviaba después por la tierra. Había en aquel camino tantas puentes y pasos malos, que yendo por él, muy a su salvo pudieran ejecutar su propósito. Mas como Dios haya tenido siempre cuidado de encaminar las reales cosas de vuestra sacra majestad desde su niñez y como yo y los de mi compañía íbamos en su real servicio, nos mostró otro camino aunque algo agro, no tan peligroso corno aquel por donde nos querían llevar y fue de esta manera:
Que a ocho leguas de esta ciudad de Churultecal están dos sierras muy altas y muy maravillosas, porque en fin de agosto tienen tanta nieve que otra cosa de lo alto de ellas si no la nieve, se parece. Y de la una que es la más alta sale muchas veces, así de día como de noche, tan grande bulto de humo como una gran casa y sube encima de la sierra hasta las nubes, tan derecho como una vita, que, según parece, es tanta la fuerza con que sale que aunque arriba en la sierra andaba siempre muy recio el viento, no lo puede torcer. Y porque yo siempre he deseado de todas las cosas de esta tierra poder hacer a vuestra alteza muy particular relación, quise de ésta, que me pareció algo maravillosa, saber el secreto y envié a diez de mis compañeros, tales cuales para semejante negocio eran necesarios y con algunos naturales de la tierra que los guiasen y les encomendé mucho procurasen de subir la dicha sierra y saber el secreto de aquel humo, de dónde y cómo salía. Los cuales fueron y trabajaron lo que fue posible para subirla y jamás pudieron, a causa de la mucha nieve que en la sierra hay y de muchos torbellinos que de la ceniza que de allí sale andan por la sierra y también porque no pudieron sufrir la gran frialdad que arriba hacía, pero llegaron muy cerca de lo alto y tanto que estando arriba comenzó a salir aquel humo y dicen que salía con tanto ímpetu y ruido que parecía que toda la sierra se caía abajo y así se bajaron y trajeron mucha nieve y carámbanos para que los viésemos, porque nos parecía cosa muy nueva en estas partes a causa de estar en parte tan cálida, según hasta ahora ha sido opinión de los pilotos, especialmente, que dicen que esta tierra está en veinte grados, que es en el paralelo de la isla Española, donde continuamente hace muy gran calor. Y yendo a ver esta sierra, toparon un camino y preguntaron a los naturales de la tierra que iban con ellos, que para donde iba y dijeron que a Culúa y que aquél era buen camino y que el otro por donde nos querían llevar los de Culúa no era bueno y los españoles fueron por él hasta encumbrar las sierras, por medio de las cuales entre la una y la otra va el camino y descubrieron los llanos de Culúa y la gran ciudad de Temixtitan y las lagunas que hay en la dicha provincia, de que adelante haré relación a vuestra alteza y vinieron muy alegres por haber descubierto tan buen camino y Dios sabe cuánto holgué yo de ello.
Después de venidos estos españoles que fueron a ver la sierra y haberme informado así de ellos como de los naturales de aquel camino que hallaron, hablé a aquellos mensajeros de Mutezuma que conmigo estaban para guiarme a su tierra y les dije que quería ir por aquel camino y no por el que ellos decían, porque era más cerca. Y ellos respondieron que yo decía verdad que era más cerca y más llano y que la causa porque por allí no me encaminaban, era porque habíamos de pasar una jornada por tierra de Guasucingo, que eran sus enemigos, porque allí no teníamos las cosas necesarias como por las tierras del dicho Mutezuma y que pues yo quería ir por allí, que ellos proveerían cómo por la otra parte saliese bastimento al camino, y así nos partimos con harto temor de que aquéllos quisiesen perseverar en hacernos alguna burla. Pero como ya habíamos publicado ser allá nuestro camino no me pareció fuera bien dejarlo ni volver atrás, porque no creyesen que falta de ánimo lo impedía.
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FUENTE: Cortés, Hernán (2018). Segunda carta de relación. Artehistoria [página web]. https://web.archive.org/web/20080917161411/http://www.artehistoria.jcyl.es/cronicas/contextos/9744.htm
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